Sal en la hierba
A la noche que entra no pertenece, Lidia,
el mismo ardor que el día nos pedía.
Fernando Pessoa
Si los domingos eran blancos y eternos como un sueño de Dios,
si no había lunes
y las sábanas revueltas eran las únicas nubes domésticas,
si los astros, la cábala, el tarot,
las líneas de tu mano y de mi mano marcaban
un destino feliz, ¿qué iba a pensarse
en este reguero de polvo, en este desastre minúsculo
que viene a desquiciar el universo?
Que iba a llegar el tiempo de la sal en la hierba,
de los frutos cayendo con el sonido hueco de aquello que se pudre,
los días erizados de vidrio que sorteamos descalzos, de puntillas,
que iba a llegar el tiempo despojado, desierto,
¿quién iba, pues, a saberlo?
Mas es pueril ahora que se hable de estas cosas
pues apenas nos quedan, como en los despertares,
unas pocas imágenes que a nadie dicen nada,
si ya se desprendieron las puertas de sus goznes
y el musgo empieza a apoderarse de las piedras,
y en esta fotografía lucimos tan ajenos, tan distantes,
como dos bisabuelos cuyo nombre ignoráramos.
—Piedad Bonnett
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Feliz cumpleaños, C.