
Llevo media hora intentando descubrir de qué forma se puede empezar a escribir sobre el daño. Quería hablar de Stephen Tully, de Sophia Katz, de Ian Watkins y de cómo la gente utiliza el poder para hacerte miserable y creer que pueden salvarse.
Lo cierto es que hay personas que viven para maltratar y el mundo digital hace que denunciar se vea terriblemente fácil. Claro, muchas denuncias podrían ser falsas y allí existe una línea delgada entre la denuncia, la amenaza y la difamación.
Me he dado cuenta de que muy pocas personas denuncian el maltrato psicológico y el daño no físico. Quizá es porque lo tangible tiene mayor credibilidad o porque las marcas corporales son pruebas, pero ¿qué sucede en aquellos casos donde la amenaza y el daño vienen dados a través de «inocentes» conversaciones? ¿Qué sucede cuando una persona que resulta inofensiva despliega todo su poder para lastimarte?
Le decía a dos amigas que era difícil denunciar una situación como esa porque uno no sabe en qué momento deja de tener la culpa. Es decir, cuando sientes que eres cómplice de una situación porque no la detuviste a tiempo, denunciar se vuelve algo complicado. Uno escoge hablar con determinada persona, uno escoge seguir hablando con ella. Te preguntas: “¿para qué denunciar algo que yo provoqué? ¿Para qué hablar de algo cuando yo participé en ello? Pero, no. Resulta que cuando alguien te maltrata psicológicamente, todas esas ideas se vuelven difusas y alguien más tiene que ayudarte a entender que la situación es tóxica.
En mi caso, me ayudó un psicólogo. Nunca había ido a uno y decidí hacerlo cuando sentí que el maltrato y el acoso se estaban yendo de mis manos. Varios amigos me habían alertado acerca del poder que podía tener esa persona y que su manera de hacerse la víctima era otra forma de manipularme. Ante sus palabras, terminaba cediendo y justificando el maltrato. Sentía que él necesitaba ayuda y me ofrecí como salvavidas sabiendo que estaba mal.
Tenía 21 años, esa persona tenía una especie de poder en mí y yo era vulnerable. Había sido, además, mi profesor en la universidad. No había mucha diferencia en cuanto a la edad, así que nunca vi el «problema». Fueron unos 9 meses de abuso psicológico que al momento no identifiqué. Me contaba que la sociedad estaba en contra de él y que nadie nunca llegaría a valorarlo por sus talentos, pero que no importaba, que él era lo mejor que le había ocurrido a esta generación. Sí, de la misma forma que todos los sociópatas lo afirman. Se desquiciaba cuando no le respondía los mensajes a tiempo y luego me dejaba de hablar para castigarme, para que le rogara.
Un día, incluso, se metió con mi contextura física y se justificó diciendo que es que “a él le gustaban las personas delgadas y yo no lo era, por eso sólo seguiríamos siendo amigos, nada más, pero que me mandaba un abrazo muy fuerte y que quería verme pronto para abrazarme en persona”. Yo no quería conseguir nada salvo cariño y terminé estampándome contra un sujeto perturbado. Mi situación era la más parecida a lanzar una piedra y esconder la mano, y muchas personas no consideran que eso sea un tipo de maltrato.
Tu autoestima cambia, tu juicio sobre las personas cambia. Empecé a creer en los prototipos y todo lo que me hacía recordarlo empezó a resultarme desagradable. Le decía al psicólogo que él tenía una parte buena y que esa era la parte que me gustaba, ella respondió que todos los agresores tienen partes positivas y que es precisamente eso lo que nos envuelve en su espiral de daño. Sientes que tus energías se consumen rápidamente, pero luego, cuando logras salir de esa situación y hablarlo con la gente, te sientes libre.
A veces lo hablo para confirmarme, de nuevo, que yo no tuve la culpa.
Cuando pasa el tiempo te das cuenta de que las cosas tienen que decirse, que uno tiene que ser capaz de decirle a otra persona cuánto daño hizo, que el miedo no es por el maltrato, es por querer hablar y que sí, se siente mucho miedo cuando se toca el tema porque la evidencia nos hace vulnerables.
Escribo esto porque quiero liberarme. Escribo esto porque el maltrato psicológico existe y tiene consecuencias. Escribo esto porque es importante saber que no toda la gente es buena, que no toda la gente es la que dice ser y callarse es también un juicio valorativo que afecta la vida pública de las personas. No voy a decir que callarse es ser cómplice porque ya vivir con el asunto es difícil como para agregarle un tema de complicidad. Hay gente que no denuncia, que no admite y que se calla porque todo es una cadena de presión.
Escribo esto porque sé que muchas personas han sido abusadas psicológicamente y que el hecho de no tener marcas físicas no nos hace dejar de ser víctimas. Es grave y te consume. Es grave y te sientes culpable. Y no, nunca en mi caso hubo maltrato físico, pero no necesito un morado en la piel para saber que él, con toda su manipulación, me estaba apretando la garganta.
Oriette, lamento que pasaras por esta situación, pero también me alegra lo que provocó de cierta forma. Somos muy vulnerables. Yo pasé por situaciones similares y muy humillantes, situaciones que guardo al fondo de la gaveta, porque simplemente me avergüenzo de haber sido tan crédula. Una de las personas de la que fui una víctima es super conocida en las redes sociales y literarias de Venezuela (tú misma no me creerías). En fin, gracias por escribir esto. Lo comparto, con 36 años te puedo confesar que quedé enteramente rota y quien te escribe es algo que no debía ser.
Un abrazo
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Ay bella, lo siento tanto. Nadie debería pasar por una situación similar. A mí me tomó un par de años hablar abiertamente del tema, aquí, en esta entrada, lo mantuve anónimo, hasta que hoy no lo aguanté. Fueron 5 años de episodios dispersos que dolían cada vez que ocurrían, y aunque lo de hoy en mi Facebook parezca tonto, tiene este trasfondo horrible que le da esa connotación de acoso y maltrato. Es sentirte vigilado e irrespetado constantemente. Siento demasiado que te haya ocurrido algo similar, a veces ayuda muchísimo hablarlo, compartirlo, el peso se hace mucho más liviano. Un abrazo inmenso.
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