Atracaron a una amiga. Sí, ya sé: «No estoy diciendo nada nuevo. Menos mal que sólo fue un atraco. Menos mal que sólo le quitaron el celular. Menos mal que está viva». No, no es sólo el atraco, es que la semana pasada un motorizado le quitó sus lentes de vista (otro atraco). Es que el año pasado le quitaron, al menos, dos o tres celulares (otros atracos). Es que casos como los de ella hay muchos, todos los días, a toda hora. Es que le quitaron su teléfono mientras le ponían un cuchillo en el cuello. Son todas las veces en las que ha tenido que ver una pistola al ser despojada de sus cosas. Es ese asunto de tener que acostumbrarnos a tanta bajeza malandra y a tanta impunidad. Es ese asunto de que las instituciones que deben velar por nuestra seguridad se nos rían en la cara si reportamos el robo de un teléfono porque «ya se trata como un asunto menor». Es el terror psicológico al que estamos sometidos día tras día y que nos quita toda la motivación que podríamos tener para salir a la calle a trabajar con gusto. Es que ya estamos fuera de toda estadística y es inevitable no sentir rabia y una profunda tristeza.
El país y su cultura malandra nos quita, todos los días, cosas importantes que dejarán profundas huellas psicológicas en nosotros. ¿Cómo se quita uno tanto miedo? ¿Cómo le dices a un joven, como yo, que no odie al país en donde le tocó nacer? ¿Cómo nos aseguran una buena calidad de vida teniendo un trabajo digno?
Siento rabia porque todo esto me parece injusto, sentir tanto miedo me parece injusto. Tener que vivir con este miedo el resto de mi vida me parece injusto. Porque así me vaya a donde me vaya, viviré con miedo de sacar un celular en la calle, miraré con desconfianza al que se me pare al lado, sentiré desconfianza de la policía, de los vigilantes, de los bomberos y del señor que tenga que arreglarme un tubo en la casa. Y lo más grave de todo es que miraré a Venezuela con rencor. ¿Cómo nos recuperamos de eso? ¿A quién le cobramos la vida digna que nos prometieron? ¿Cuánta terapia necesitaremos para retomar la cordura y entender que se puede vivir mejor, que esto no es normal? ¿Nos recuperaremos algún día?
Este país, su impunidad y su «cultura de lo chévere» deja traumas severos y nosotros, los jóvenes, estaremos condenados a ser, para siempre y estemos donde estemos, víctimas de él.